La sostenibilidad del consumo de carne
Nuestro amor por los animales es casi tan
grande como nuestra dependencia. Los animales nos brindan por sobre todas las
cosas, compañía y alimento, y las cifras son claras: mientras que hay casi 7
perros por cada 100 humanos, hay cerca de 20 cabezas de ganado y más de 300
aves de corral, ambas poblaciones se explican únicamente porque nos proveen de
carne. En general, la ética acerca del consumo de carne, pasa por tres pilares
fundamentales: hasta qué punto la forma de vida de los animales a nuestro cargo,
es cruel o corta; hasta qué punto necesitamos la carne y hasta qué punto
tenemos derecho a imponer nuestra voluntad sobre otros seres vivos.
Hablando de carne, desde una perspectiva económica, se tiene por
un lado las tres principales carnes son de cerdo, pollo y res, con cerca de 100,
80 y 60 millones de toneladas al año; siendo en total cerca del 90% del
total de carne producida. La biomasa de los animales de granja es
aproximadamente 15 veces el total de la biomasa de todas las especies silvestres
y un poco menos del doble la humana. No es de extrañar que una producción así
se acuse de ocupar cerca del 40% del espacio terrestre y consuma alrededor del
8% del agua potable. Desde el lado de las externalidades es la principal
acusada de desertificación, deforestación y la muy temida emisión de gases de
efecto invernadero: aunque las cifras varían mucho, se le acusa de emitir más
que todos los medios de transporte juntos y hasta 20% de las emisiones totales,
según sea la fuente. Desde la perspectiva "humanista" si cabe a
palabra, o "animalista" si es que se entiende mejor ese término; la
crianza de animales para carne es acusada de causar un tremendo sufrimiento a
los animales, tremendas limitaciones y frustraciones, así como reducir
tremendamente el tiempo de vida medio de los animales en comparación a sus
primos más cercanos silvestres. Pero son acusaciones que vale la pena
revisar.
Los promedios y las simplificaciones
La población humana (la mayor parte de la
población es urbana, alrededor del 55%) genera una serie de demandas y
externalidades sobre el planeta que están más allá de lo que se suele pensar. los
principales recursos que utiliza está la vivienda, el transporte, la comida, el
agua y la energía; pero también generan externalidades, como el CO2 o la
basura. Estas externalidades son de
especial utilidad porque sirven para comparación: mientras que sería muy difícil
consumos o externalidades una a cualquier elemento puede ser traducido a su
huella de carbono, o la cantidad de CO2 equivalente; no debe perderse de vista
que es una aproximación, pero es de utilidad.
En términos generales, algo más del 60% -
80% de la huella está directamente ligada a la generación de energía, ya sea
para la electricidad, calefacción, industria o el transporte. La agricultura y
ganadería se llevan un 20%, dejando el resto (sí, un resto que puede ser casi
cero si se vive en una ciudad) para todas las demás actividades.
Como se ha mencionado la mayor parte del
CO2 que se produce en la tierra depende de la generación de energía, y es
interesante comparar algunos datos: de las 15 ton de CO2 que produce en
promedio, se atribuye del 5 al 15% en alimentos (variando por supuesto en
función a sus hábitos de consumo), sin embargo, un único viaje de ida y vuelta
EEUU– España (por ejemplo) de vacaciones en vuelo económico genera 4 ton de
CO2. Así, mientras que una persona que coma, digamos 100 kg, no puede consumir
mucho más: no puede pasar del triple (lo que implicaría un incremento de 6 ton
CO2), una persona que viaja, puede viajar muchísimo más y en formas de viaje
altamente contaminantes. Un ejecutivo que viaje una vez por semana a Europa en
vuelo comercial generará 200 ton de CO2 al año o 2000 ton de CO2 en un jet
privado, económico. Si agregamos esos datos al promedio de las 15 ton,
tendremos que si triplica el consumo de carne pasa de 15 a 21, mientras que si
empieza a viajar cada semana en vuelo comercial, pasa de 15 a 215.
Es peligroso cuando se menciona
que uno u otro hábito es dañino, no tanto porque no lo sea, sino porque muchas
veces las contramedidas resultan siendo peores, o bien porque nos desenfocamos
de otros hábitos mucho más dañinos. En el caso de la ganadería, se le ha
satanizado responsabilizándola de una serie de externalidades humanas,
sobresimplificando los sistemas de producción y proponiendo promedios y hábitos
de consumo que no son para nada razonables ni sostenibles, y que en definitiva
deberían corregirse. Algunos de los problemas más directos son el
envilecimiento de los sistemas de producción, discutido en Vacas vs Tomatas y
el envilecimiento de las recomendaciones nutricionales, discutido en Alimentando
a un Simio. Sin embargo, ahora abordaré detalladamente los pastos, las vacas y
otros menesteres ambientales.
Entendiendo las externalidades
Las vacas en sí, no suman ni restan CO2; las vacas, mientras
viven, secuestran una cantidad de CO2 muy limitada del ambiente, y tienen una
función mucho más activa, en el ciclo del nitrógeno, que en el ciclo del carbono
en que son observadoras. Su mayor papel ecológico es comer forraje verde y
convertirlo en carne y heces, las segundas de mucha utilidad para las pasturas.
Las dos fuentes de emisiones de CO2 que se achacan a las vacas, tienen poco que
ver con ellas y el CO2, son la deforestación y la emisión de metano.
Por un lado, las pasturas son uno de los ecosistemas con mayor
capacidad de secuestrar CO2 en la tierra; un pastizal puede “producir” 60
toneladas de forraje verde en un año, lo que implica, unas 20 toneladas de CO2
secuestrado al año. El problema, es que, si nadie se come el pasto, el pastizal
se mantiene alto y nunca más secuestra nada. En un bosque sucede algo
semejante, pero la cantidad de CO2 que se secuestra es muchísimo mayor: en una
selva el valor puede ser 10 o 100 veces mayor. Si un animal se come
regularmente el pasto, podemos imaginar que una parte de CO2 se queda en el pasto
que está creciendo y otra en el animal; ocurre lo mismo con los casos en que
los animales comen el forraje de los árboles, como las jirafas a las acacias o
más cerca las cabras a los algarrobos. En un ecosistema sano, una parte del CO2
secuestrado se queda permanentemente en el suelo. El problema de las emisiones
de CO2, es cuando se tala un bosque para producir un pastizal: de una u otra
manera (quemado o utilizado como abono verde) el CO2 que estaba fijado en las hojas,
ramas y troncos se libera. Es bueno recordar, que un terreno para cultivo en
limpio, es bastante peor que un pastizal: casi no retiene nada de CO2.
Por otro lado, está el metano. Entre el 40 y 45% del CO2
equivalente de las vacas es por metano, hasta el 33% de la energía metabólica
del alimento se puede perder como metano. En general, la producción de metano
es alta allí donde la calidad de pasto y alimentos para los animales es
deficiente, dar un buen alimento a las vacas puede reducir la producción de metano
30 a 40%. Esto implica, entre otras cosas, que las vacas coman un pasto en
cantidad y calidad que puedan digerir: pastos de climas templados y no pastos
tropicales más duros. En
general, la producción de metano es alta allí donde la calidad de pasto y
alimentos para los animales es deficiente, dar un buen alimento a las vacas
puede reducir la producción de CO2 al 10 o 15% del total, además de contribuir a
la buena vida de las vacas.
Otros de los elementos que se achacan a las vacas, además del CO2 son
los desperdicios, de espacio y de agua. En estos temas se hacen algunas
comparaciones que ya terminan siendo irrisorias… como que un kilo de papa gasta
5 litros de agua y uno de carne 500, o cosas por el estilo, y que vale la pena discutir
con atención.
Los desperdicios de las vacas
Habiendo aclarado los problemas de las huellas de carbono muchos
insisten en argumentos como: pero la ganadería gasta el 40% del espacio del
planeta, o consume el 20% del agua potable; con estos valores, incluso si su
huella de carbono fuera cero, igual serían un problema para el ambiente. Nuevamente,
la sobresimplificación y los errados conocimientos acerca del medio rural, suelen causar este problema, pero vamos de
uno en uno.
El uso de la tierra, en Perú, está clasificado en 8 niveles: los
suelos de tipo 1, son los “mejores” y su calidad “decrece” hasta el nivel 8.
Los suelos tipo 1 son mejores porque permiten agricultura en limpio, y tienen
facilidades como irrigación; así en un suelo tipo 1, es posible sembrar la
mayoría de cosas: desde arándanos hasta zanahorias, pasando por plantas con
todas las letras, y por supuesto, tanto pastos
como árboles. Sucede que en Perú, los suelos de calidad son muy escasos: la
costa es muy angosta y aunque tiene más de 30 ríos que la cruzan, la verdad es
que de los 120 millones de hectáreas, tal vez 1 millón permita agricultura en
limpio. Con el tremendo desarrollo de la frontera agrícola, se han incorporado
un par de millones más en suelos que antes eran desiertos costeros, pero estos
suelos son de menor calidad ¿Por qué? Pues porque su sucesión ecológica ha sido
muy acelerada: la naturaleza toma millones de años en crear un suelo; nuestra
tecnología moja el terreno seco y lo vuelve fértil, pero carece de materia orgánica
y su composición física no es la mejor.
Sin desmedro de lo anterior, e incluso contando a los desiertos,
no siempre son yermos sin vida. En casi toda la costa, y la mayor parte de la
sierra norte, cuando hay agua, lluvias como el fenómeno de El niño, o incluso
un invierno húmedo, el suelo se cubre de verde y es posible pastear. Así
mientras en costa hay no más de 3 millones de hectáreas para cultivos en
limpio, las restantes 10 pueden ser utilizadas, al menos ocasionalmente para
pastoreo. Las cifras en la sierra y selva, son incluso más contrastadas, no
tanto por la frecuencia de buenos suelos para el pastoreo, sino por la ausencia
de suelos para agricultura en limpio. Más aún, el pastoreo es una actividad
económica que compromete los espacios de menor valor, los bienes comunes o bien
los terrenos de descanso: en el mundo rural, la mayor parte de los terrenos son
concentrados por una minoría, que usualmente los renta o trabaja; así que una
mayoría de personas no tienen terrenos para sembrar, pero sí pueden tener un
animalito que pastear en un terreno lejano o en descanso. Sumando las cosas,
hay una mínima cantidad de terrenos agrícolas puros más una gran cantidad de
terrenos potencialmente pastoreables; también hay un montón de gente pobre sin
acceso a trabajo ni buenos terrenos, que termina pasteando sus animales: el resultado,
una inmensa mayoría de los terrenos (quizá hasta el 40% de la superficie del
planeta, como afirman algunos) que puede usarse como pastizal natural o bosque
de pastoreo, de manera parcial y por periodos del año.
La otra gran preocupación es la asociada al agua:
el recurso más importante para la vida. La preocupación natural es que sólo una
parte muy pequeña del agua es dulce, y dentro de esta, una parte menor está
accesible para utilizar (alrededor del 0.01% del total del agua del planeta);
aun así y sólo en ríos, son más de 85000 km3 de agua, tanta agua que alcanzaría
para cubrir con medio metros de columna de agua cada rincón de la tierra, y definitivamente
suficiente para satisfacer la necesidad de agua de todas las personas, animales
y siga sobrando un montón. Incluso irrigando cada desierto del planeta, la
cantidad de agua dulce es tanta, que si esa columna de agua lloviera cada año
(500 mm de precipitación), todos los rincones de la tierra tendrían suficiente
agua para sostener un pastizal. ¿Por qué el agua entonces?
El agua escasea por varios factores, pero son
interesantes exponer 2 que suceden con frecuencia en Perú: la concentración
urbana y la mala gestión. Lima metropolitana es una ciudad de unos 8 millones de
habitantes, asentada en un desierto: de hecho, es la segunda ciudad más grande del
mundo en un desierto y para colmo en un desierto más seco. Lima no parece tan
desértica, porque se asentó en un valle, irrigado por el río hablador,
posiblemente el valle más hermoso, fértil y grande del Perú, pero incluso así,
un valle pequeño. Incluso con los aportes de los ríos Chillón y Lurín, es poca
agua para abastecer a 8 millones de habitantes con sus hábitos desperdiciados,
jardines, mascotas y un largo conjunto de etcéteras. Los problemas son
semejantes en todo el Perú: debe recordarse que más de la mitad de la población
vive concentrada en ciudades alimentadas por ríos que traen agua sólo la mitad
del año y que apenas aguantan tanta demanda urbana. En la sierra, el problema
se agudiza por las pendientes: en época de lluvia el agua abunda, pero no hay
como reservarla y los largos meses de verano terminan llegando con escasez; en
la selva el agua abunda siempre, pero lo que faltan son procesos para
potabilizarla.
El otro problema es la gestión: siguiendo con Lima,
es fácil darle agua a la parte central y baja de la ciudad, pero en las zonas
altas y rocosas como Comas, las zonas que evidencian grandes desniveles como Manchay,
o las zonas ricas con poca densidad de habitantes, la cosa es más difícil; la
pobreza, la delincuencia y la informalidad agravan más los problemas. En Lima,
la tarifa tiene que ver con cuánto se consume por lote, pero las familias
ricas, por mucho que gasten tienen pocos habitantes; de otro lado, el precio es
semejante incluso aunque es muy difícil y costos darle agua a unos y no a
otros. Hay que sumar además los hábitos desperdiciados, las higienes locas exageradas
de moda, los grandes jardines con plantas de clima templado, etc. Todos estos
temas nada tienen que ver con la abundancia relativa del recurso, pero hacen
que en promedio exista escasez de agua para una parte importante de la población,
que termina viviendo con pocos litros, si acaso 50 al día, y usualmente de baja
calidad. Así, aunque el requerimiento de agua sigue subiendo y por cosas no tan
útiles (como bañarse 3 veces al día en los más ricos), la verdad es que la
cantidad de agua disponible, solo organizando el agua de los 3 ríos que
abastecen a Lima, parece ser más que suficiente, incluso con el bajo precio que
pagamos por ella.
Cuando un empresario decide criar una vaca lechera
en los contornos de una ciudad, la vaca consume 200 litros en un día, y resulta
ser la mala de la película; sucede lo mismo cuando otro decide poner un galpón
con 10 mil pollos o criar cerdos. Además, un ecosistema desértico es
posiblemente el menos adecuado para luego asimilar los desperdicios orgánicos
de la producción, y resulta que los animales y el entorno apestan. Pero el
problema radica por utilizar el agua maximizando sólo los beneficios económicos
del empresario, incluso en contra de la buena vaca. En condiciones diferentes,
por ejemplo, en la sierra peruana, donde tradicionalmente se ha criado una
parte muy importante del ganado vacuno, incluso en ausencia de agua, esto nunca
compromete el recurso disponible para la población, pues el ganado la toma del
pasto, de riachuelos o de puquios que no se utilizan para la población. De otro
lado, la abundancia de lluvias es tan alta, que se estima que el 80% del agua
de lluvia de la cuenta del pacífico, llega al mar sin ser usada; por lo que un
mejor manejo del forraje o algunos reservorios baratos alcanzarían de manera
holgada para los animales, y esto sin decir que en lugar de criar vacas
deberíamos estar criando llamas.
El contraste de los males
Tratando de hacer un balance objetivo, los males de
la carne, tienen más de idea y moda que de realidad. No sería sensato negar que
la producción de carne consume una cantidad considerable de recursos, agua,
espacio, entre tantos, y tampoco que genera emisiones y otros restos
contaminantes, pero es también esta producción la que genera cantidades
considerables de alimentos.
En términos medios, es posible plantear una
producción ganadera de menor impacto que la producción agrícola, porque la
extracción de nutrientes de un animal se reparte en un espacio tan grande como
pueda caminar el animal, a lo que la planta está confinada a un lugar puntual;
eso por supuesto, no implica que los sistemas de producción actuales lo estén
haciendo. En consecuencia satanizar la producción pecuaria sin conocer el lado
oscuro de la producción agrícola o comparar ambas con racionalidad, no parece
ser un camino viable a encontrar soluciones reales; aportaré una comparación
más holística en vacas vs tomates.
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