La curva de aprendizaje
La curva de aprendizaje
Nuestra cultura se asienta en la
destrucción de la vida en general; no es que lo hagamos a propósito, sino que
ha sido nuestra estrategia evolutiva: mientras los leones cazan a los ciervos o
cebras, sin intención específica de lastimar sino como medio para sobrevivir; nuestras
necesidades mucho más complejas y nuestras vacías ambiciones, han solicitado el
sacrificio de innumerables especies a lo largo de al menos, los últimos 30 o 40
mil años, sí: tenemos miles de años haciéndolo y no sólo unos pocos cientos. Los animales, las formas de vida más parecidas a nosotros y más
fáciles de entender, han sufrido nuestras necesidades y caprichos, desde que
logramos alzarnos con poderes otorgados por nuestra tecnología.
La historia de las ballenas
Las ballenas nos cuentan una
historia especial: empezaron a ser cazadas probablemente antes de la edad
media, y aprovechas ocasionalmente, hasta 3000 años antes de Cristo. En la
inmensidad de los mares, el acceso de las poblaciones humanas apenas significó
un problema para sus poblaciones hasta antes de la revolución industrial. Para
inicios de 1600, las naves eran relativamente pequeñas, aunque las naves habían
crecido tremendamente desde las pequeñas carabelas de Colón, del siglo
anterior, una nave grande difícilmente tenía 60 metros de eslora y un peso
cargado de 200 toneladas. En una nave de estas características, aventurarse
contra, por ejemplo, una ballena azul de 30 metros de largo y 100 a 200 toneladas de
peso, es una tarea complejísima.
Las ballenas eran muy deseadas, especialmente
por su grasa; que antes de la mitad del siglo XIX era quizá la única fuente confiable de
combustible para lámparas. Durante más de doscientos años, las naves fueron creciendo,
algunas llegaron hasta las 1000 toneladas y cuatro cubiertas, pero incluso así,
eran veleros de poca movilidad y con armas de capacidad limitada. Durante este
periodo miles de ballenas fueron cazadas y varias especies afectadas o hasta
extintas en algunos de sus lugares de origen. Pero aproximada y rápidamente a
inicios de 1900, las naves migraron a cascos de acero, motor de combustible y
potentes arpones. Las ballenas fueron utilizadas entonces para una población
cada vez más abundante, para una dieta más variada (por ejemplo, para producir
margarina) y hasta para demostrar el dominio de la flota de cada país sobre
territorios cada vez mayores.
Con la destrucción causada por la primera y segunda guerra
mundial, países empobrecidos como Japón sobrevivieron en buena medida
consumiendo ballenas y lo arraigaron a su cultura tanto que ahora se resisten
a dejarlo. Antes de 1900 ya habíamos destruido prácticamente todas las
poblaciones locales de ballenas y para 1966, destruido más del 90% de todas las
ballenas del mundo, incluidas varias especies y una buena parte de la
variabilidad de las restantes.
Deuda de guerra
¿Qué les debemos a las ballenas?
Desde la luz nocturna que permitió la vida cotidiana, el avance de la
navegación y la ciencia; hasta como solvente de pinturas cosméticas e
industriales, pasando por los alimentos para la variedad en las mesas o
subsistencia en tiempos difíciles. Nuestra deuda es
inmensa: si simplemente hubieran desaparecido unos 30 o 40 mil años atrás,
las consecuencias para nuestra subsistencia y desarrollo habrían sido brutales:
quizá seguiríamos cruzando los mares para cartografiarlos; eventualmente hubiéramos suplido el recurso, pero dadas las bondades de los aceites de ballena, habríamos tenido que retrasar la llegada europea a América quizá unos 300 años, los cosméticos otros 200. El aporte a la alimentación es invalorable: sería complejísimo saber cuántas calorías nos han dado y más aún determinar en cuántos casos ese aporte fue determinante para salvar a una población o a una persona, cuyas ideas salvaron a la población.
El armisticio llegó hace pocos años. La caza de las ballenas
disminuyó a través del control de una comisión ballenera internacional, pero
también a partir del desarrollo de tecnologías alternativas: el querosene,
sustituyó las funciones de combustible para lámparas a un costo razonable y con
buenos resultados; la carne y grasa se lograron producir sin necesidad de
recurrir a las ballenas, y lentamente las costumbres nos alejaron del consumo
de las ballenas. Las convenciones y los ecologistas jugaron su papel y
contribuyeron, pero es difícil de pensar que hubiera sido suficiente sin las
tecnologías alternativas; paradójicamente estas tecnologías se desarrollaron en
las mismas economías que florecieron a partir del uso y abuso de las ballenas;
los mismos ecologistas les deben la alimentación de sus padres a las buenas
ballenas y su forzada contribución a nuestro bienestar. Hoy en día, la caza de ballenas está regulada y aunque sigue siendo controvertido su impacto, nos hemos alejado del barbarismo que las puso a punto de la extinción hace medio siglo. Aún no hemos firmado la paz ni evaluado las reparaciones, pero al menos hemos detenido la carnicería.
La cruel paradoja
Nuestra sola existencia parece un camino de
madurez y aprendizaje, que aún tiene para largo. Conforme nuestras poblaciones
fueron creciendo en tamaño y tecnología, fuimos necesitando cada vez más de
todo: más espacio, más alimentos, más recursos raros. Obtuvimos estos recursos
depredando lo que estuvo a nuestra mano; pero fue mirando nuestro tiradero,
cuando empezamos a notar que nuestros requerimientos causaban heridas en la
vida a nuestro alrededor. Es en la medida en que consumimos recursos que maduramos,
crecemos en entendimiento y desarrollamos tecnologías alternativas que permiten
remediar el daño o al menos dejar de cometerlo.
Hoy tenemos tanto un bagaje considerable de conocimientos como una huella de deterioro en nuestro planeta; la paradoja está en el camino a seguir: mientras algunos apuntan a la conservación, otros apuntan al desarrollo, cada cuál con su mejor entendimiento y su mayor interés. ¿Es mejor depredar pronto y desarrollar las prácticas que eviten la
destrucción que causamos? O ¿Será mejor bajar o detener el ritmo para darle a
la vida una oportunidad de recuperarse y luego resistir lo que nos falta por
hacer? Resulta fácil desconocer esta paradoja
y aferrarse a la respuesta simple:que el resto se regule, porque todo es culpa de alguien más. Pero incluso culpando a otros, debemos responder a las consecuencias: si nunca más se caza una ballena
¿Será suficiente? ¿Algún día podrán volver a poblar las costas del mundo como
antes de la edad media? ¿Tendrán suficiente alimento disponible? ¿Tendrán un
planeta con aguas a la misma temperatura o con la misma salinidad o acidez?
Más aún, un concepto interesante a considerar es el conocido como "la infancia de la industria". De manera general, una industria es un conjunto de personas, instituciones o empresas, que tienen como finalidad generar un producto o servicio. Si consideramos el desarrollo del conocimiento como una industria cualquiera, debe entenderse que tiene comportamientos globales compatibles con cualquier industria. Cuando una industria empieza, usualmente no sólo tiene inversiones altas, sino bajos rendimientos y montones de desperdicios. En condiciones normales, con el tiempo se mejoran los rendimientos, lo que disminuye los insumos gastados y desperdicios, los propios consumidos exigen mejores estándares de calidad y ambientales, al tiempo que la propia industria gana más también.
La paradoja se puede resumir así: al inicio, la actividad humana hace poco daño en total pero mucho en proporción; con el tiempo, el daño proporcional disminuye muchísimo, pero aumenta el daño total. Esto aplica para cualquier industria, porque está enraizado en nuestras propias ambiciones y capacidades: aprendemos lento y ambicionamos mucho.
La escala del aprendizaje
El inmenso recorrido que hemos hecho desde la época de las
cavernas es inmenso, y aun así, estamos lejos del final, si es que hay alguno. Quizá
en algún momento, superaremos la paradoja y llegaremos a un equilibrio
ecológico, en que nuestra presencia, no afecte ni a la abundancia ni a la diversidad
de la vida en el planeta… al menos desde alguna medida relativa. Desde la
perspectiva tecnológica, posiblemente no sea tanto un momento específico, como
un periodo en que gradualmente sustituyamos el conjunto de materias primas y
recursos que necesitemos, por otros más simples: menos espacio, menos
minerales, menos plantas y menos animales. Del lado de los aprendizajes
deberemos también aprender tanto nuevas éticas de consumo, como nuevas éticas
de apreciación de la vida; ambos aprendizajes complejos que presentaré. La
parte buena de la historia, ya hemos recorrido una parte del camino y por
ejemplo, ya no necesitamos cazar ballenas; la parte mala: aún estamos muy lejos de no necesitar a ningún animal.
En un principio, sólo se vestía
con animales… y fue con diferencia el periodo más largo. Ningún animal viste
con las pieles o huesos de otros, los humanos sin embargo, lo hemos hecho en
nuestras diferentes especies por al menos 100 mil años, y es probable que más.
Desde entonces, y gradualmente se fue utilizando primero las lanas de los
animales (que no requieren su matanza) y gradualmente las fibras vegetales. Hay bastante documentación que
nos permite reconocer el uso de hilos vegetales tan lejanos como unos tres mil
años. Hasta entrado el siglo XVI buena parte de la ropa seguía siendo de origen animal, que perdía terreno cada día contra las fibras vegetales;
hasta que hace poco más de medio siglo, se empezó a utilizar en gran cantidad
las fibras sintéticas. En el corto plazo, las fibras sintéticas y vegetales
dominarán al mundo; las fibras animales de alta calidad como las alpacas o
algunas razas de ovinos, caprinos u otros animales seguirán teniendo un espacio
bien ganado para algunas aplicaciones especiales, pero difícilmente supere un 1% del total, o incluso menos. El cuero también tendrá un espacio, especialmente
en accesorios y calzados, pero esta participación será incluso mucho menor que
la de las fibras para vestir. Al final la decisión de
sacrificar algunos atributos o bondades del cuero o las fibras animales por otros de los
materiales sintéticos, es un tema de preferencias y precios; seguramente resultará muy difícil imponer una restricción para aquellos privilegiados con mucho dinero, pero a nivel global, no habrá una demanda sobre el recurso.
La curva de aprendizaje para diferentes industrias ha ido cambiando a lo largo de la historia de la humanidad, pero en general se ha ido acelerando: mientras que tardamos varios miles de años en pasar de las espadas de bronce a las de acero, tardamos solo unos pocos cientos en pasar de simples arcabuces a avanzadas ametralladoras. Incluso aceptando que la industria bélica es uno de los ejemplo más retorcidos de nuestros avances, la realidad es clara: cada vez avanzamos más rápido. Desde esta perspectiva, como desde la óptica de cualquier industria, hoy es el mejor momento histórico para "producir" y disminuir la producción, no generaría un balance razonable: en el futuro, reiniciar la industria generaría una pequeña infancia y menores rendimientos a los actuales.
Inesperados recursos disponibles
En la naturaleza hay espacio para pocas abuelas: en general las hembras son más valiosas como reproductoras que como abuelas y en consecuencia casi todas las hembras tienen crías hasta poco más o menos, el final de su vida. Las ballenas son algunas de las pocas excepciones, y juegan un papel social importante: guían a las menores, organizan a la familia, recuerdan, cuidan. Es posible que todo empezara al azar, es decir que el tiempo vida de la ballena superara el tiempo fértil, debido a que bien fueron alargando su ciclo de vida o bien las características de su ovulación precipitaron la disminución del tiempo fértil. En cualquier caso, la sabia naturaleza reorganizó los recursos disponibles (hembras no fértiles pero maduras) para cumplir una serie de roles en su estructura social. Las abuelas son un recurso para las poblaciones de ballenas, y al ocupar el mismo nicho ecológico que sus sobrinas, hijas o hermanas menores, de no tener una utilidad concreta, la evolución las eliminaría con relativa facilidad: una población con una mutación para que las hembras mueran más jóvenes o tengan crías hasta el final de sus días, arrasaría con facilidad al gen actual.
La existencia de las ballenas, por su parte representa un potencial recurso que podría resultar invaluable. Incluso con nuestra tecnología, algunas especies de ballenas siguen superando nuestros récords de profundidad, su piel es mejor que muchos materiales para deslizarse sobre en el mar, y sus cantos no sólo son impresionantes, sino que resuelven problemas de comunicación a distancia con alternativas tecnológicas que desconocemos.
La vida en su conjunto ha contribuido como recurso a lo largo de nuestra historia; hoy en que la piel, lana, o en el caso de las ballenas, aceite, son cada vez menos necesarios, pero aun tiene mucho que ofrecernos en términos de soluciones de ingeniería novedosas a problemas que aún tenemos. La naturaleza tiene millones de años resolviendo problemas y solo alguien muy orgulloso desaprovecharía los ejemplos que tenemos a disposición.
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